La plazuela San Ignacio, ubicada en la carrera 44 entre las calles 48 Ayacucho, es un lugar lleno de ritmos y sonoros detalles, apenas abre la luz del día comienza el movimiento de este sitio, el desfile de personas que se cruzan entre si y apenas se escuchan los pasos, taconeos y chancleteos, acompañados por el arrastrar de las carretillas en las que transportan los productos que allí se ofertan, camina la gente por la plaza y ahuyentan las palomas que se posan en el centro del parque.
Sobre la estatua de Francisco de Paula Santander reposan las palomas, las mismas que zurean, y que atacan con vuelos bajos a los transeúntes a ellas se suma el ruido de los carros, las motos y los buses que desentonan y pierden el ritmo musical que allí se percibe.
Sobre la estatua de Francisco de Paula Santander reposan las palomas, las mismas que zurean, y que atacan con vuelos bajos a los transeúntes a ellas se suma el ruido de los carros, las motos y los buses que desentonan y pierden el ritmo musical que allí se percibe.
UN SANANDRESITO...
“Un tinto por favor… sí claro con mucho gusto”, responden al cliente; caen las monedas al tarro como panderetas desentonadas, termina el tinto y aplasta el vaso, lo tira al suelo y junto a las hojas que han caído de los árboles es barrido por la señora que hace el aseo. La escoba roza y roza el piso, como lo hace el tridente al güiro.
El lustra botas sacude el cepillo como maracas sobre los zapatos es, el colgar y descolgar de los teléfonos públicos como bombos de bandas hacen juego con los pitos de los carros y las sirenas de las ambulancias que se asemejan a un xilófono agudo, acompañado del falso sonido de tambores que producen los helicópteros.
“300, cinco 41”, mientras Diego los digita en el celular para la venta de minutos, tiene varios atados a unas delgadas cadenas que proviene de su chaleco naranja donde tiene el anuncio de minutos a 250. Diego trabaja en la plazoleta y sus alrededores desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la noche con un descanso de dos horas para almorzar. Números y más números es lo que escucha y es lo que marca en cada oportunidad. “No contestaron, se fue a buzón, ¿me vende un minuto?, ¿cuanto es?, Qué le debo, no tengo los 50, es el sonsonete de todos los días.
El lustra botas sacude el cepillo como maracas sobre los zapatos es, el colgar y descolgar de los teléfonos públicos como bombos de bandas hacen juego con los pitos de los carros y las sirenas de las ambulancias que se asemejan a un xilófono agudo, acompañado del falso sonido de tambores que producen los helicópteros.
“300, cinco 41”, mientras Diego los digita en el celular para la venta de minutos, tiene varios atados a unas delgadas cadenas que proviene de su chaleco naranja donde tiene el anuncio de minutos a 250. Diego trabaja en la plazoleta y sus alrededores desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la noche con un descanso de dos horas para almorzar. Números y más números es lo que escucha y es lo que marca en cada oportunidad. “No contestaron, se fue a buzón, ¿me vende un minuto?, ¿cuanto es?, Qué le debo, no tengo los 50, es el sonsonete de todos los días.
EL FINAL DE LA MELODÍA
Faltan pocos minutos para las 7:30 de la mañana hora en la que empieza la primera misa del día, suenan las campañas y se abren las puertas, acompañados por la música incidental de la iglesia se escuchan las plegarias de los creyentes que con una vela encendida esperan el milagrito.
Rechina la caja de cambios del bus y gira la registradora, arranca y se pierde en la congestión del tráfico de la ciudad el cantar de las palomas y pájaros que amenizan la estadía en la plazoleta San Ignacio.
Rechina la caja de cambios del bus y gira la registradora, arranca y se pierde en la congestión del tráfico de la ciudad el cantar de las palomas y pájaros que amenizan la estadía en la plazoleta San Ignacio.
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